Acortando las distancias entre Nueva York y Korbach (Alemania), Vladimir Belogolovsky conversa por Skype con Christoph Hesse para debatir sobre sus principales proyectos y conocer cuáles son los aspectos más relevantes de trabajar en el campo.
Nacido en 1977, Christoph Hesse se crió en una granja del pequeño pueblo de Referinghausen, una aldea de poco más de 200 habitantes ubicada en la cordillera baja y boscosa de Sauerland, Alemania central. Hesse se graduó en la Escuela Politécnica Federal ETH de Zúrich en 2004 y en la GSD (Harvard Graduate School of Design) en 2007, fundando su propio estudio “Christoph Hesse Architects” en el 2008 en la pequeña localidad de Korbach, cerca de Kassel. Hesse ha impartido clases en la Universidad de Harvard, la Technische Universität Darmstadt, la Universidad de Arquitectura de Ho Chi Minh en Saigón, la Universidad de El Cairo y la Universidad de Kassel. En la actualidad, su estudio cuenta con un equipo internacional de 15 personas y una sede en Berlín.
Las obras más representativas de Hesse se concentran todas en Sauerland e incluyen la Villa F (2015), una casa autosuficiente -desde el punto de vista energético- que fue elegida como uno de los veinte mejores edificios de Alemania; los “Open Mind Places” (2020), nueve pabellones estratégicamente emplazados que invitan a la gente a reunirse, intercambiar pensamientos y generar nuevas ideas; y "Ways of Life", un proyecto colaborativo que se encuentra en curso y busca crear una comunidad donde vivir y trabajar con casas experimentales diseñadas en conjunto por 19 estudios de arquitectura internacionales.
Vladimir Belogolovsky (VB): Luego de haberse graduado de la ETH en 2004, ¿Recogió alguna otra experiencia antes de ingresar en la GSD de Harvard?
Christoph Hesse (CH): Si, entre 2000 y 2001, año en el que me encontraba entre mi licenciatura y mi máster en la ETH, trabajé en las oficinas de David Chipperfield de Berlín y Londres. Algunos de los proyectos en los que trabajé fueron el Neues Museum y la Galería James Simon en la Isla de los Museos de Berlín. Cursar en la Graduate School of Design de Harvard fue una experiencia diferente. Quería descubrir la arquitectura y cuál era mi lugar dentro de la misma a un nivel mucho más profundo. También me di cuenta de que, para ser aceptado por la GSD a nivel de posgrado, era importante entender no sólo lo que la escuela podía hacer por mí, sino lo que yo podía hacer por la escuela. ¿Cómo podía contribuir a su amplia red de profesionales tan especiales? Fue una experiencia fantástica. Lo más importante es que la GSD amplió mis horizontes. Me brindó muchas oportunidades y me permitió ver el mundo de nuevas maneras, aprendí nuevas formas de abordar las tareas, a hacerme las preguntas correctas y a resolver problemas de diseño. Me enseñó a colaborar, a interactuar, a comunicarme y a darme cuenta de que todos vivimos en un solo mundo.
VB: En el año 2008, tras estudiar diseño urbano en la GSD, ¿decidió regresar a su pueblo de 200 habitantes para ejercer la profesión allí?
CH: [Risas] Es un buen tema. Estudiar diseño urbano me permitió entender las cosas desde perspectiva más amplia y abandonar la óptica enfocada en un solo y único objeto. El diseño urbano no consiste sólo en construir nuevas ciudades. ¿En qué otro lugar, aparte de China, se construyen nuevas ciudades? Aquí en Europa –y en la mayoría de las otras regiones del mundo-, el urbanismo está basado fundamentalmente en los “vacíos entre edificios” y lo que buscamos es entender cómo aprovechar esos espacios y conectarlos entre sí. La búsqueda pasa más por fomentar los espacios comunitarios, los espacios ecológicos y los espacios verdes, por promover las cuestiones medioambientales y las agendas sociales. Empezar mi propia práctica en el 2008 fue difícil, por no decir ingenuo [Risas]. Aun no tenía mi equipo de trabajo armado y al mismo tiempo empecé a dar clases en la Universidad Técnica de Darmstadt, cerca de Fráncfort. Con el tiempo, el taller en el que enseñaba me llevó a lugares como Egipto y Vietnam, donde trabajábamos en iniciativas de diseño urbano ecológico con los estudiantes.
VB: Así que estabas construyendo tu práctica mientras te mantenías dando clases. ¿Puedes contarnos cómo fue tu primer encargo?
CH: Me propusieron renovar un antiguo edificio abandonado que solía ser una estación de tren para convertirlo en un pequeño espacio de co-working en Korbach, una ciudad muy cercana a mi pueblo natal. Mi cliente tenía previsto ocupar dos tercios del edificio y buscaba otro inquilino para alquilarle el espacio restante. Automáticamente se me ocurrió que ese inquilino podía ser yo, por lo que decidí trasladar mi oficina a ese espacio –donde actualmente seguimos estando-. Transformamos y renovamos nuestra porción del edificio a cambio de un alquiler reducido. Cuando el estudio creció, construimos una pequeña adición para el edificio.
VB: Hablemos del campo, un lugar que parece esencial para nuestro zeitgeist, donde arquitectos de todo el mundo han comenzado a poner la mira.
CH: En primer lugar, crecí aquí, rodeado de naturaleza. Para mí era normal construir todo manualmente, incluso inventábamos todo tipo de dispositivos para producir energía. Hacer cosas con las manos y tratar bien el medio ambiente es algo que forma parte de mi ADN. Veo las cosas como un agricultor, valoro los recursos naturales y sé que si no se los explota con el debido cuidado uno empezará a tener problemas en pocos años. Sólo puedes explotar la tierra tanto como esta pueda ofrecerte de forma natural. Por eso, como arquitectos, en el estudio intentamos utilizar materiales de construcción naturales y reciclados; de reparar las cosas y reutilizarlas. Intentamos evitar tirar cosas. Arreglamos máquinas, muebles y todo tipo de objetos para darles una segunda vida. Mi arquitectura consiste en darle un nuevo uso a los materiales y los espacios. Esta actitud restauradora y sostenible ya formaba parte de mi carácter y creo que la educación la reforzó.
VB: ¿Y cuáles dirías que son las ventajas de vivir en el campo?
CH: Para mí, lo más importante de estar aquí es poder tener una estrecha relación con la naturaleza. Además, hay muchas menos cuestiones burocráticas en las ciudades pequeñas. Aquí, por ejemplo, hay menos regulaciones. Hay muchas más posibilidades y las cuestiones tienden a tornarse más subjetivas que objetivas. Así que, si se establecen buenas relaciones con el departamento de planificación local y los municipios, es posible trabajar con más libertad y de forma muy inventiva. En resumen, en el campo hay más libertad para los arquitectos. Además, como la variedad de tipologías edilicias que te pueden encargar es bastante limitada -en comparación con las ciudades-, tenemos que ser mucho más inventivos para poder crear obras progresistas y propositivas. El entorno nos permite ser más proactivos, más holísticos, más colaborativos. También, podemos ver los resultados de manera mucho más rápida, especialmente si trabajamos en proyectos de escalas reducidas. Lo más importante es que puedo estimular los procesos.
También debo mencionar que, por otro lado, mucha gente se ha ido de sus pueblos natales para buscar mejores empleos en las ciudades. Esto ha generado un problema demográfico que necesariamente tenemos que abordar; hay muchos pueblos y edificios completamente vacíos. Esto es una oportunidad para los arquitectos, ya que mucha gente que se ha ido, no necesariamente lo hará de manera definitiva. Si su situación no mejora, algunos querrán volver. Tenemos que buscar formas de reparar nuestros pueblos y adaptarlos a los tiempos modernos. También, los habitantes de las grandes ciudades que no han crecido en pueblos están descubriendo las ventajas de habitar el campo y reconociéndolo como un área de oportunidad.
VB: Creo que antes veíamos a las ciudades como un lugar de oportunidad para construir formas icónicas. Ahora ocurre lo contrario. De hecho, creo que los arquitectos han perdido mucho poder de acción y se reservan, a menudo, a dibujar bonitas fachadas. Es todo un reto poder trabajar con materiales naturales y emplear técnicas de construcción tradicionales o de baja tecnología en las ciudades. Además, aquí la naturaleza sólo puede recrearse, no preservarse. Piénsalo: muchas ciudades se están desarrollando de forma muy similar. La arquitectura urbana se está ensamblando a partir de partes y piezas fabricadas, de manera que los edificios se han convertido en algo global e intercambiable. Por el contrario, cada pueblo tiene su propia historia y conserva el potencial de dar forma a su propio futuro.
CH: Estoy de acuerdo. Personalmente, en lugar de traer algo de afuera e incorporarlo a mi pueblo, yo quiero aprender de las tradiciones que ya están arraigadas aquí. Ser formalista e icónico es lo último que quiero. Me gustaría crear un futuro justo, humano y sostenible. Esa es mi visión. La principal razón por la que trabajo en el campo es porque que siento que aquí puedo ser mucho más creativo. Exploramos soluciones ecológicas e intentamos ampliarlas para transferir los resultados a otras regiones e incluso adaptarlas a condiciones urbanas. Como arquitectos, podemos y debemos hacer mucho más que dibujar bonitas fachadas. Tenemos que pensar de forma más utópica. Pero no podemos entrar y salir de nuestra sociedad como si estuviéramos entrando y saliendo de un tranvía. Estoy en contra de esa actitud. Nuestro sistema actual no funciona, y tenemos que actuar para cambiarlo. No necesariamente de forma revolucionaria, pero sí de forma rápida y transformadora. Hace apenas 10-15 años, la mayoría de nosotros no esperaba que la crisis climática fuera tan aguda. Ahora debemos afrontar este reto no sólo los arquitectos, sino todos los profesionales juntos.
Un ejemplo de cómo abordamos estas cuestiones de sostenibilidad es la Villa F en Sauerland, una casa construida para un pionero de la tecnología del biogás en Alemania. Allí, los elementos principales de nuestro diseño son la eficiencia energética y la protección del medio ambiente. Nuestro cliente tenía la idea de conectar todo su pueblo e incluso otro pueblo vecino a un sistema de calefacción basado en residuos de biomasa, reduciendo drásticamente la huella de CO2, y disminuyendo, al mismo tiempo el costo de la energía que pagaban los habitantes. Nuestro trabajo consistía en convencer a los lugareños de que utilizaran esta tecnología progresista. La idea era construir la casa familiar del cliente como una estructura totalmente autosuficiente y fuera de la red, justo al lado de su planta, demostrando la seguridad de esta tecnología. Lo llamamos “Sistema de cambio de enfoque”, ya que nuestro proyecto consistía en cambiar las perspectivas de los lugareños, no sólo resolver cuestiones estéticas. Independizarse del mercado energético mundial es una idea muy radical. Y nuestro proyecto se convirtió en un catalizador. Ninguna arquitectura es capaz de motivar a la gente tan directamente. De hecho, la forma de la casa de nuestro cliente era secundaria. Decidimos darle una forma cilíndrica por sus propiedades en torno a la eficiencia energética, inspirándonos en las formas de los depósitos de su planta de biogás. Mientras construíamos la casa, se triplicó la capacidad de la planta para que la red de calefacción pudiese extenderse a otras comunidades de la región.
VB: Permítame ser un poco más crítico en este punto. ¿Qué opina de la actual tendencia entre arquitectos de “irse al campo en busca de oportunidades” y trabajar en proyectos de menor escala, buscando más libertad, como ha mencionado, y más posibilidades? Por otro lado, de cierto modo, usted “abandona la lucha” al retirarse de las ciudades, pues se corre de la corriente principal, y eso lo hace menos visible. Seamos sinceros, los proyectos del estudio quedan alejados de esos lugares masivos donde podrían tener mucha más atención e impacto. ¿Qué diría usted al respecto?
CH: Realmente, no creo que hoy en día la arquitectura construida en contextos rurales sea menos visible. Y desde luego, su ubicación no la hace menos relevante. Por ejemplo, mire el trabajo de Xu Tiantian, de DnA_Design and Architecture, en China. Sus proyectos son catalizadores importantes y, aunque estén en el campo son muy conocidos. Sin embargo, entiendo su punto de vista. Conozco a muchos arquitectos urbanos que están frustrados por la situación actual, que es básicamente el resultado de los últimos 30 años de hipercapitalismo. Esto se puede ver en Berlín, Fráncfort y Múnich, lo cual es deprimente. Por supuesto, hay algunos proyectos magníficos, pero en general, están impulsados por inversores y orientados al beneficio. El dinero lo es todo. A veces me pregunto: ¿por qué los arquitectos no se convierten en sus propios inversores? ¿Por qué no piden dinero prestado al banco y ponen en marcha proyectos? Tal vez esa sería otra forma de abordar las cosas. Si esto va a conducir a una arquitectura más significativa, ¿por qué no? ¿Por qué deberíamos ser sólo una herramienta en manos de otros? Si quieres cambiar la dinámica social, tienes que proponer un nuevo modelo económico. Es fundamental que los arquitectos se impliquen mucho más en la economía y no sólo en el diseño.
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